En la célebre película de Mel Brooks, “La última locura”, se parodia, entre otras cosas, el capitalismo salvaje encarnado en el nombre de una empresa: Abarca y Devora, o cómo boicotear un producto para comprarlo a bajo precio y venderlo después por el doble.
En tiempos de crisis, la
desesperación y la necesidad se convierten en nicho de mercado. En la ciudad,
los barrios más humildes se llenan de casas de apuestas, y en el campo, los
municipios más pequeños son presa de embaucadores, mercachifles y
especuladores. Si en la ciudad el objetivo es vaciar los bolsillos de los
incautos, en el campo la finalidad es llenar el medio natural con instalaciones
que otros territorios, más ricos, rechazan.
© Uge Fuertes |
En Teruel, engrasadas con el
capital de fondos extranjeros, han desembarcado varias “abarca y devora”. La
devaluación de la provincia ya se la han encontrado hecha, así que ya solo
tienen que tirar de talonario. Para quienes poco tienen, cualquier oferta que
les hagan por ceder su espacio les parecerá mucho. La trivialidad con la que
actúan sobre el territorio está completamente desconectada de sus consecuencias.
En su acción depredadora reducen todo a una racionalidad estrictamente
contable. Confunden valor con precio y su única vara de medir es el dinero. Lo
que ahora paguen por instalar sus centrales lo recuperarán en la reventa
multiplicado por cien.
Ya han fijado el precio que
pagarán a los municipios por ocupar sus terrenos. Cantidades nada desdeñables, pero
¿cuánto vale el relieve limpio de nuestras serranías modeladas a lo largo de
millones de años? ¿Cuánto valen la fauna y flora que las habitan? ¿Cuánto vale el
conjunto urbano de una población declarado BIC? Y, sobre todo, ¿cuánto valen las
décadas de trabajo que los ayuntamientos, vecinos y empresarios de la
hostelería y el turismo han dedicado a mantener vivo nuestro territorio con un
alto estándar de calidad?
Nada de esto figura en el “debe” de
Abarca y Devora. A cambio de cuatro puestos de trabajo y la promesa de un freno
a la despoblación que las estadísticas contradicen, acabarán con lo único que
nos queda apelando al crecimiento económico. Y esa es la gran perversión: que
se termina llamando riqueza a la destrucción. Es el capitalismo del desastre a
costa de los de siempre y mucho me temo que, si no paramos ahora esta locura,
no será la última que nos traigan, porque cuanto más se degrade un territorio
menos costará comprarlo.
Artículo redactado por Diego Arribas.
Lee el artículo publicado en el Diario de Teruel (23/03/2021)
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